Mis ojos no me bastan

CS LEWIS w.

 

El primer impulso de cada persona consiste en afirmarse y desarrollarse. El segundo impulso consiste en salir de sí misma, en corregir su provincianismo y en curar su soledad. Esto último es lo que hacemos cuando amamos a alguien, cuando realizamos un acto moral o cognoscitivo y cuando recibimos una obra de arte. Sin duda, este proceso puede interpretarse como una ampliación o como una momentánea aniquilación de la propia identidad. Pero se trata de una vieja paradoja: «el que pierde su vida la salvará». (…) Aquí reside, si no me equivoco, el valor específico de la buena literatura considerada en su aspecto de Logos; nos permite acceder a experiencias distintas de las nuestras. Al igual que estas últimas, esas experiencias nos resultan, como suele decirse, más o menos «interesantes». Desde luego, las causas de ese interés son muy variadas, y son diferentes en cada persona. Algo puede interesarnos porque lo encontramos típico (decimos: «¡Qué verdadero!»), anormal (decimos: «¡Qué extraño!»), hermoso, terrible, pavoroso, regocijante, patético, cómico o meramente picante. La literatura nos da la entrée a todas esas experiencias. Los que estamos habituados a la buena lectura no solemos tener conciencia de la enorme extensión de nuestro ser que ha supuesto nuestro contacto con los escritores. Es algo que comprendemos mejor cuando hablamos con un amigo que no sabe leer de ese modo. Puede estar lleno de bondad y de sentido común, pero vive en un mundo muy limitado, en el que nosotros nos sentiríamos ahogados. La persona que se contenta con ser sólo ella misma, y, por tanto, con ser menos persona, está encerrada en una cárcel. Siento que mis ojos no me bastan; necesito ver también por los de los demás. La realidad, incluso vista a través de muchos ojos, no me basta; necesito ver lo que otros han inventado. Tampoco me bastarían los ojos de toda la humanidad; lamento que los animales no puedan escribir libros. Me agradaría muchísimo saber qué aspecto tienen las cosas para un ratón o para una abeja; y más aún percibir el mundo olfativo de un perro, tan cargado de datos y emociones.

La experiencia literaria cura la herida de la individualidad, sin socavar sus privilegios. Hay emociones colectivas que también curan esa herida, pero destruyen los privilegios. En ellas nuestra identidad personal se funde con la de los demás y retrocedemos hasta el nivel de la sub-individualidad. En cambio, cuando leo la gran literatura me convierto en mil personas diferentes sin dejar de ser yo mismo. Como el cielo nocturno en el poema griego veo con una miríada de ojos, pero sigo siendo yo el que ve. Aquí, como en el acto religioso, en el amor, en la acción moral y en el conocimiento, me trasciendo a mí mismo y en ninguna otra actividad logro ser más yo mismo.

Crítica literaria: un experimento (1961), C. S. Lewis

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An eye for an optical theory

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