In girum imus nocte

in girum imus nocte b w.

Si bien es cierto que, en aquel lugar que fue la breve capital del desorden, la población elegida contaba cierto número de ladrones y ocasionalmente de homicidas, la existencia de todos se caracterizaba principalmente por una inactividad prodigiosa; y entre tantos crímenes y delitos denunciados por las autoridades, éste se sentía como el más amenazador.

Era el laberinto idóneo para atrapar a los viajeros. Quienes paraban ahí dos días no volvían a salir nunca más, por lo menos mientras existió; pero a los más les llegó antes el fin de sus años, que no fueron muchos. Nadie abandonaba aquellas pocas calles y aquellas pocas mesas en donde se había descubierto el punto culminante del tiempo. Todos se admiraban de haber sostenido un reto tan magníficamente desastroso; y de hecho, creo que ninguno de los que pasaron por ahí habrá adquirido jamás la menor reputación honesta en el mundo.

Cada uno tomaba a diario más copas que mentiras dice un sindicato a lo largo de toda una huelga salvaje. Bandas de policías, de paso rápido e iluminado por numerosos confidentes, no paraban de lanzar incursiones bajo cualquier pretexto, aunque la mayoría de las veces con la intención de atrapar drogas y chicas menores de dieciocho años. ¿Cómo no habría de acordarme de los encantadores granujas y las orgullosas mozas con quienes habiá vivido en aquellos bajos fondos, cuando más tarde escuché una canción que cantan los prisioneros en Italia? Todo aquel tiempo había pasado como nuestras noches de entonces, sin renunciar a nada. «Ahí están las niñas que todo te dan, / las buenas tardes y luego la mano… / En la vía Filangeri hay una campana; / cada que vez que suena hay una condena… / La juventud más hermosa muere en la prisión».

Aunque despreciaban todas las ilusiones ideológicas y se mostraban bastante indiferentes a lo que más tarde vendría a darles la razón, aquellos réprobos no desdeñaban anunciar por fuera lo que iba a seguir. Acabar con el arte, ir a decir en medio de la catedral que Dios ha muerto, tramar planes para hacer saltar por los aires la torre Eiffel: tales fueron los escandalillos a que se dedicaba esporádicamente esa gente cuyo modo de vivir era un escandalazo perpetuo. También se interrogaba acerca del fracaso de algunas revoluciones; se preguntaban si el proletariado existe de verdad y, de ser así, qué podía ser.

Cuando hablo de aquella gente, acaso parezca que por lo bajo estoy riéndome de ellos; pero no lo vayan a creer. He bebido su vino. Les soy fiel; y no creo que en lo sucesivo me haya en nada mejor de lo que fueron ellos en aquel entonces.

Considerando las grandes fuerzas de la costumbre y de la ley que pesaban sin cesar sobre nosotros para dispersarnos, nadie estaba seguro de que seguiría aún allí al acabar la semana; y allí estaba todo aquello que alguna vez habríamos de amar. El tiempo quemaba más que en otras partes, y pronto iba a faltar. Se sentía temblar la tierra.

El suicidio se llevó a muchos. «La bebida y el diablo despacharon a los otros», como dice otra canción.

A mitad del camino de la verdadera vida, estábamos rodeados de una sombría melancolía que se expresó en tantas palabras burlonas y tristes, en el café de la juventud perdida.

«Hablando claro y sin parábolas, / somos las piezas del juego que juega el Cielo. / Se divierte con nosotros sobre el tablero del Ser, / y luego volvemos, uno a uno, a la caja de la Nada.»

«¡Cuántos siglos verán representar esta sublime escena en naciones que están por nacer y en lenguas aún desconocidas!»

«¿Qué es la escritura? La guardiana de la historia… ¿Qué es el hombre? El esclavo de la muerte, un viajero que pasa, el huésped de un solo lugar… ¿Qué es la amistad? La igualdad de los amigos.»

«Bernardo, ¿qué pretendes tú en el mundo? ¿Ves algo en él que te satisfaga?… Ella huye, huye como un fantasma que, tras habernos dado alguna especie de contento mientras permanecía con nosotros, al abandonarnos no nos deja más que confusión… Bernardo, Bernardo, decía, esta verde juventud no durará siempre…»

Pero nada traducía aquel presente sin salida y sin descanso como aquella antigua frase que vuelve íntegramente sobre sí misma, construida letra por letra como un laberinto del que no se puede salir, de modo que concilia perfectamente la forma y el contenido de la perdición: in girum imus nocte et consumimur igni. Damos vueltas en la noche y somos devorados por el fuego.

In girum imus nocte et consumimur igni (1978), Guy Debord

.
Porta romana bella
.
In girum imus nocte et consumimur igni
.
.