La constelación y el viaje

 

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Durante su estancia en Nueva York Federico García Lorca acude al cine y ve las primeras películas sonoras, recorre maravillado todo Broadway, asiste a la liturgia judía y protestante, se lo pasa de miedo en el Luna Park de Coney Island, viaja en tren hasta el estado de Vermont y anima todas las fiestas tocando el piano. Fragua así un amplio grupo de nuevos amigos, entre los cuales se encuentra Emilio Amero (1901-1976), un artista mexicano que por esas fechas está haciendo sus primeras incursiones en el cine experimental. En su propio apartamento Amero proyecta para el poeta un cortometraje de inspiración futurista titulado 777. No se conserva esa cinta pero, ya fuera a iniciativa propia o bien a petición de Amero o del grupo de amigos, Federico se lanza a escribir un breve guion de cine. Emplea en ello dos, tres días, emplea quizás tan solo unas horas en la escritura, no lo sabemos, pero lo titula Viaje a la luna y se lo entrega al mexicano para que haga con él «lo que quiera». A pesar de acometer el rodaje en al menos una ocasión, Amero no llegará nunca a realizar la película. El manuscrito permanecerá perdido durante casi sesenta años. En 1989, y ante la insistencia de Christopher Maurer, la viuda de Amero lo encuentra en el cajón de una mesita de noche de su vivienda en Norman, Oklahoma. Desde ese momento el Viaje a la luna ha generado un interés creciente.

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Cuando me invitaron a hacer uso de la sala de exposiciones del Centro de Estudios Lorquianos (Fuente Vaqueros, Granada), no necesité mucho tiempo para decidir en torno a qué asunto versaría mi propuesta. Me compré mi primer Viaje a la luna en la primavera de 1998. Lo recuerdo muy bien, era un ejemplar de la edición de Antonio Monegal para Pre-Textos, y aquel libro me tuvo fascinado durante años (no sin dificultad me hice luego con la edición ilustrada del CCCB, y hace pocos meses el Patronato Federico García Lorca ha lanzado una muy interesante edición crítica a cargo de Àngel Quintana). Como bien anota Monegal, la obra fascina en gran parte debido a una serie de elementos contextuales: el mítico viaje a Nueva York y el singular estado emocional y creativo en el que se encuentra Federico por esas fechas (inmerso de lleno en la redacción de Poeta en Nueva York y El público, obras con las que el Viaje a la luna guarda un íntimo parentesco); las circunstancias concretas de redacción del guion, que siguen siendo, en detalle, desconocidas; los escasos datos existentes acerca de las tentativas de rodaje por parte de Amero (conocemos al menos tres fotografías del rodaje cuya autoría no está del todo clara pero cuyo rastro merecería la pena seguir y completar); las copias incompletas del texto que, mecanografiadas o fotocopiadas, pasaron secretamente de mano en mano entre un puñado de especialistas durante varias décadas y que quedaron finalmente desautorizadas tras el rocambolesco hallazgo del manuscrito original; la autenticación del mismo que ya había realizado previamente Francisco García Lorca, hermano del poeta; y finalmente la compra y el traslado del pequeño fajo de cuartillas a la Biblioteca Nacional, en Madrid. Este conjunto de datos resulta tan inverosímil que casi podría dar al traste con la relevancia del texto en sí mismo, con lo que aporta en un contexto histórico y artístico irrepetible y fascinante, y con lo que conlleva como obra a medio camino entre lo textual y lo visual, ya que si los textos de Lorca han sido habitualmente definidos como una escritura de imágenes, el Viaje a la luna puede entenderse como un texto que, situado en una especie de estado embrionario, tiene como destino encarnar en imágenes proyectadas sobre una pantalla. Todo esto convierte el guion en un material dotado de un vivísimo interés para el que suscribe. No, no tuve que pensarlo demasiado para escoger.

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Se discute, a veces incluso estérilmente, si el Viaje a la luna es o no es una respuesta a Un chien andalou (1929). No hay duda de que Lorca no pudo ver el cortometraje de Luis Buñuel antes de embarcar hacia Nueva York, y sin embargo sí hay constancia de que Federico tenía noticia del estreno de la película, de que el título le resultaba molesto, de que el film contenía, como así probablemente ocurre, una serie de alusiones ofensivas al poeta de Granada, y que el asunto le tenía dolido. Pero también por encima de esto el texto fulgura por sí solo. El Viaje a la luna de Federico es, ante todo, un viaje hacia el interior de sí mismo, hacia el terreno de los sueños, de los temores y las peores pesadillas del poeta. No me corresponde a mí el análisis de un material tan sumamente delicado, tan inestable, tan abierto, pero sí que me lancé a una relectura muy libre y a una traducción del texto en términos visuales. El resultado es una obra titulada Trip to the moon y articulada como una serie de 34 collages digitales. Y aunque puntualmente he seguido muy de cerca de texto, no he pretendido ilustrarlo sino más bien identificar los temas y motivos recurrentes, poner de relieve paralelismos y resonancias, alejándome a veces incluso mucho del material de origen para acercarme más al meollo de fondo. Dudo mucho que haya logrado atravesar con éxito ese vórtice lorquiano, pero creo haber completado mi propio viaje a través del texto.

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La sala de exposiciones del Centro de Estudios Lorquianos tiene como misión contribuir a la divulgación de la vida y la obra del poeta, de modo que una parte importante de las visitas que recibe están formadas por grupos de alumnos y docentes de la enseñanza primaria y secundaria. No quise, por tanto, hacer una mera entrega de obras para colgar en la pared, sino más bien elaborar integralmente el discurso, el recorrido, la distribución y hasta el aspecto de las paredes que acogen la muestra. He concurrido, por tanto, como artista, como comisario y como diseñador del espacio expositivo, y la acogida que he recibido por parte del Patronato Federico García Lorca para cada uno de estos roles ha sido de continua comprensión y apoyo. Lograr algún equilibrio entre la propuesta artística y la pedagógica era el verdadero reto. Me pareció que, antes afrontar ese torrente de imágenes extrañas e inquietantes de Trip to the moon, era conveniente preparar al visitante mediante un amplio preámbulo. La constelación es una galería de personajes que nos lleva desde San Juan de la Cruz o Luis de Góngora hasta Salvador Dalí y Luis Buñuel. Un itinerario que trata de dibujar, aunque solo sea parcialmente, los intereses, las lecturas y la formación artística de Federico, así como poner al descubierto varios de los temas fundamentales de su obra y del Viaje a la luna en particular.

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La muestra comete el error imperdonable de reunir en una misma sala a Julio Verne, a Walt Whitman y a Oscar Wilde. Solo Federico permite anudar hilos tan dispares. Esa es su riqueza, y es doble. De un lado, el apego a la tierra y una formidable capacidad para dar expresión a la raíz. Del otro lado su maravillosa permeabilidad hacia lo diferente, hacia lo lejano en el tiempo y en el espacio. Todo ello en un solo poeta y en un solo movimiento que no cesa.

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El catálogo de la exposición conforma un volumen de 180 páginas editado por el Patronato Cultural Federico García Lorca. Incluye textos de Gabriel Cabello (Universidad de Granada), Humberto Huergo (Carleton College, USA), José Luis Chacón Lafuente (director del Patronato), y el texto completo de Viaje a la luna, de Federico García Lorca. Puedes comprarlo en Ubú Libros (con tu compra estarás dando apoyo a una librería pequeña y totalmente independiente).

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