1. El vértigo

Blaise w.

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Nadie tiene seguridad, fuera de la fe, de si vela o si duerme, visto que durante el sueño se cree estar tan firmemente despierto como cuando lo estamos. Del mismo modo en que, con frecuencia, se sueña que se sueña, apilando un sueño sobre otro, ¿no podría suceder que esta mitad de la vida fuera ella misma nada más que un sueño, sobre el cual los otros están injertados, y del cual nos despertamos a la muerte, y durante la cual tenemos tan escasos principios de lo verdadero y del bien como podamos tener durante el sueño natural? No siendo tal vez todo este correr del tiempo, de la vida, estos diversos cuerpos que sentimos y estos diferentes pensamientos que nos agitan más que ilusiones semejantes al correr del tiempo y los vanos fantasmas de nuestros sueños.

Uno cree ver los espacios, las figuras, los movimientos, uno siente correr el tiempo, uno lo mide, y finalmente uno actúa como lo haría despierto. De modo que, pasándosenos la mitad de la vida en letargo, por nuestra propia confesión o por lo que nos parezca, ninguna idea de lo verdadero tenemos siendo pues todos nuestros sentimientos ilusiones. ¿Quién sabe si esta otra mitad de la vida en la que pensamos estar despiertos no es sino un sueño un poco diferente del primero? (…)

¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¿Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio? Juez de todas las cosas, imbécil gusano de tierra, depositario de lo verdadero, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y escoria del universo? ¿Quién desenredará este embrollo?

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Que el hombre contemple pues la naturaleza entera en su alta y plena majestad, que aleje la vista de los bajos objetos que lo rodean. Que contemple esa destellante luz puesta como una lámpara eterna para iluminar el universo, que la tierra le aparezca como un punto comparado al vasto giro que este astro describe, y que se asombre de que este mismo vasto giro no sea más que una punta finísima en comparación con lo que los astros, que ruedan en el firmamento, abarcan. Pero, si nuestra vista se detiene ahí, que su imaginación pase más allá: antes se cansará de concebir que la naturaleza de proporcionar. Todo este mundo visible no es más que un trazo imperceptible en el amplio seno de la naturaleza. Ninguna idea se aproxima a ello, ya podemos inflar nuestras concepciones más allá de los espacios imaginables, no alumbramos más que átomos al precio de la realidad de las cosas. Es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes, cuya circunferencia en ninguna.

Que el hombre, habiendo retornado a sí mismo considere lo que él es al precio de lo que es, que se vea como extraviado. Y que, desde este pequeño calabozo en el que se encuentra alojado, quiero decir el universo, aprenda a estimar, la tierra, los reinos, las ciudades, las casas y a sí mismo en su justo precio (…)  Pero, para presentarle otro prodigio igual de asombroso, que busque, entre las cosas que conoce, las más delicadas, que un ácaro le ofrezca en la pequeñez de su cuerpo partes incomparablemente más pequeñas, piernas con articulaciones, venas en sus piernas, sangre en sus venas, humores en esta sangre, gotas en esos humores, vapores en esas gotas, que, dividiendo aún estas últimas cosas, agote sus fuerzas en estas concepciones y que el último objeto al cual pueda llegar sea ahora el de nuestro discurso. Pensará, tal vez, que es éste la extrema pequeñez de la naturaleza.

Quiero hacerle ver ahí dentro un abismo nuevo. Quiero pintarle, no sólo el universo visible, sino la inmensidad que puede concebirse de la naturaleza en el recinto de este atajo de un átomo, que vea en él una infinidad de universos cada uno de los cuales tiene un firmamento, sus planetas, su tierra, en la misma proporción que el mundo visible, en esta tierra animales y, al fin, ácaros, en los cuales volverá a hallar lo que halló en los primeros, y hallando de nuevo en los otros la misma cosa sin fin y sin reposo, se perderá en estas pequeñas maravillas tan asombrosas por su pequeñez, cuanto las otras lo son por su extensión, pues, ¿quién no admiraría que nuestro cuerpo, que hace un momento apenas era perceptible en un universo imperceptible él mismo en el seno del todo, sea ahora un coloso, un mundo o más bien un todo respecto a la nada, al cual no se puede llegar? Quien se considere de este modo se aterrará de sí mismo y, al considerarse sostenido en la masa que la naturaleza le ha dado entre esos dos abismos del infinito y la nada, temblará a la vista de estas maravillas y creo yo que, trocándose su curiosidad en admiración, estará más dispuesto a contemplarlas en silencio que a investigarlas con presunción.

Porque, a fin de cuentas, ¿qué es un hombre en la naturaleza? Una nada respecto al infinito, un todo respecto a la nada, un intermedio entre nada y todo, infinitamente alejado de comprender los extremos; el fin de las cosas y los principios están, para él, irremisiblemente ocultos en un secreto impenetrable. Por igual incapaz de ver la nada de la cual fue sacado y el infinito por el cual ha sido tragado. ¿Qué hará, pues sino percibir alguna apariencia del término medio de las cosas en eterna desesperación de llegar a conocer ni su principio ni su fin. Todas las cosas han salido de la nada y han sido llevadas hasta el infinito. ¿Quién podrá seguir esos asombrosos pasos? El autor de tales maravillas las comprende. Ningún otro puede hacerlo

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El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se alce en armas para aplastarlo; un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Mas, aun cuando el universo lo aplastara, el hombre seguiría siendo más noble que lo que lo mata, puesto que él sabe que muere y sabe la ventaja que el universo tiene sobre él. El universo nada sabe de ello. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. A ello es a lo que nos es preciso remitirnos y no al espacio ni a la duración, que no sabríamos llenar. Trabajemos, pues, en el bien pensar: éste es el principio de la moral.

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Ateos. ¿Qué razón tienen para decir que no se puede resucitar? ¿Qué es más difícil, nacer o resucitar? ¿Que lo que nunca fue sea o que lo que fue siga siendo? ¿Es más difícil llegar al ser que volver a él? La costumbre nos hace lo uno fácil, la falta de costumbre hace lo otro imposible. Popular forma de juzgar. ¿Por qué una virgen no puede parir? ¿No hace una gallina huevos sin gallo? ¿Qué los distingue exteriomente de los otros? ¿Y quién nos ha dicho que la gallina no puede formar ese germen tanto como el gallo?

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El eterno silencio de estos espacios infinitos me aterra.

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Pensamientos (1669), Blaise Pascal

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2. Gaudium

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